Cuando un concepto se pone de moda, se activa un fenómeno que deriva en la ampliación de su uso de modo indiscriminado primero, y en la pérdida de relevancia del contenido que nutre dicho concepto, después.
Esto es exactamente lo que ha ocurrido con el concepto de innovación y más concretamente con la idea de “inversión en I+D”. Y más aún desde el momento en que los discursos políticos y mediáticos dominantes asimilaron la idea como la solución a todos lo males, vinculado de modo directo a la idea de un nuevo modelo productivo.
No quiere decir que esta vinculación entre I+D y modelo productivo, como ecuación cuyo resultado es desarrollo económico, sea inapropiada. El problema radica en que la fórmula es incompleta.
Uno de los elementos centrales que sostienen lo anterior radica en el hecho, muchas veces aceptado, de que la mera inversión en I+D de un país determinado lo convierte automáticamente en un país innovador. Sin extendernos mucho en los datos de cada país, ya analizados en uno de los posts anteriores, señalaremos uno a modo de ejemplo: según el Global Innovation Index, en el año 2015, el país que más ha invertido en I+D es Israel. Sin embargo, al observar la posición de este país en el ranking global de países innovadores, Israel ocupa la posición 22.
Lo anterior no quiere decir, en nigún caso, que la inversión en I+D sea irrelevante a la hora de alzar a un país a una posición alta en cuanto a carácter innovador. Lo que quiere decir es que esta inversión no opera de manera aislada, ni es el elemento, categoría o variable única.
En este sentido, el anterioremente citado Global Innovation Index permite profundizar en el análisis. Este informe – elaborado anualmente por la Johnson Cornell University, la escuela de negocios INSEAD y la organización WIPO (World Intelectual Property Organization –ofrece el ranking que ordena los países en función de su innovación.
Este índice goza de un alto nivel de credibilidad, no sólo por el prestigio de las organizaciones involucradas en su elaboración, sino porque el sistema de variables agrupadas en categorías que emplea para otorgar posiciones en el ranking es especialmente revelador.
La esencia es la siguiente: lo que determina el nivel de innovación de un país depende de muchos factores además de la inversión en I+D. Aspectos como el sistema político, la fortaleza institucional, el entorno económico y de negocios y la concreción de la mayoría de políticas públicas que se aplican en un país afectan al avance innovador. Del mismo modo, también resulta sencillo entender que el volumen de inversión en innovación será más o menos efectivo si se dirige al destino adecuado, por los cauces oportunos y con la evaluación y control pertinente.
Observemos el siguiente cuadro que muestra las categorías de medición y análisis, dentro de las cuales se incluyen más de 70 indicadores.
La clave para entender lo anterior reside en las cinco columnas de la izquierda, las que aglutinan los inputs de la innovación para el Global Innovation Index.
Las instituciones
La primera de las columnas habla de instituciones, y dentro de la categoría principal establece tres subcateogrías: ambiente político, entorno regulatorio y ambiente de negocios. Parece evidente señalar que la política, en su componente de acción pública, legislativa y normativa-gubernamental condiciona de manera inexorable la evolución innovadora de un país. ¿De qué serviría una alta inversión en I+D si el entorno regulatorio es asfixiante o si el ambiente político hace huir la inversión?
El capital humano y la investigación
Dentro de esta segunda categoría podemos ver la educación, la educación de tercer ciclo y la I+D como subcategorías. Llevando el argumento a un ejemplo muy sencillo, podemos decir que parece lógico pensar que la calidad de cualquier inversión en innovación dependerá en gran medida de la capacidad de su capital humanos para aprovechar esos recursos. Si un país no cuenta con doctores e investigadores suficientes como para poder convertir los recursos en conocimiento científico y académico, la inversión sería netamente improductiva.
Infraestructuras
Esta tercera categoría incluye las infraestructuras generales (su nivel de desarrollo), las que hacen referencia a los sistemas y tecnologías de la información y, finalmente, la sostenibilidad ecológica o medioambiental. Todo es una cuestión de equilibrios, de dar con fórmulas equilibradas en las que todos sus componentes miren en una misma dirección y cooperen, retroalimentándose, para el logro de objetivos. Hay cosas obvias, como que un país desposeído de infraestructuras adecuadas debe atender este punto antes de lanzar recursos públicos a un terreno impermeable.
Sofisticación del mercado
Dentro de esta cuarta categoría encontramos las siguientes subcategorías: crédito, inversión, comercio y competencia. Hablamos de economías dinámicas, aquellas que generan cambios con la fuerza del movimiento del capital, en las que el sistema financiero se caracteriza por audacia inversora y en las que las posibilidades de competencia entre empresas y la fluidez del comercio son altas. No parece, tampoco en este caso, complejo entender que la innovación requiere dinamismo económico y financiero.
Sofisticación de los negocios
La quinta categoría agrupa las siguientes subcategorías: conocimiento de los trabajadores, vínculos de innovación y absorción de conocimiento. Este punto es clave, porque indica que es crucial que las empresas sean capaces de convertir el conocimiento en productos y servicios de alto valor agregado, a través de trabajadores con capacidad para incorporar conocimientos y dotarlos de outputs con valor y capacidad operativa en el mercado.